San Alberto Hurtado en La Cruz: Una reliquia, un legado y una interpelación a nuestro patrimonio vivo


La mano de una feligresa toca la reliquia de San Alberto Hurtado


El 17 de agosto de 2025, la Parroquia San Isidro Labrador de La Cruz no solo recibió una reliquia; aceptó una herencia incómoda y profética. En el marco de sus 115 años, este acto trasciende lo celebratorio para instalar una reflexión urgente: ¿estamos honrando el legado de Hurtado con gestos o con una transformación real?

La figura de San Alberto Hurtado, canonizado en 2005, es un espejo que refleja la coherencia entre fe y acción. Su obra, ligada a la Acción Sindical Chilena (ASICH), y el camino de valentía profética de José Aldunate Lyon, establecen el listón de una fe incómoda que elige el lado de los desprotegidos y se juega por transformar estructuras injustas. La reliquia, por tanto, no es un amuleto para guardar; es un testigo mudo de la vida parroquial.

El desafío de la caridad permanente: ¿Solidaridad de mes o compromiso eterno?

Esta interpelación se vuelve concreta al mirar nuestra realidad. La distribución de cajas de mercadería en el mes de la solidaridad es un gesto valioso, pero el legado de Hurtado clama por más. ¿Qué pasa el resto del año con los más desvalidos? La solidaridad verdadera no puede ser estacional; debe ser una estructura permanente de acogida que busque erradicar las causas de la pobreza, no solo paliar sus efectos con asistencialismos. La limosna, sin un acompañamiento que dignifique y sin una lucha por la justicia, se queda corta frente al mandato radical del Evangelio. La reliquia exige autoevaluación crítica: ¿Cómo se proyecta ese "compromiso histórico" en un contexto de nuevas vulnerabilidades?

Nuestro patrimonio vivo: la espiritualidad que ya está encarnada

La respuesta no está solo en proyectos asistenciales, sino en reconocer y potenciar el patrimonio vivo de la comunidad de La Cruz. Nuestros cantos a lo poeta campesino de pata rajá, nuestras fiestas como la de la Virgen de Pocochay, y nuestras tradiciones campesinas no son simple folklore. Son el lenguaje de una fe ya encarnada, la voz de un pueblo y la memoria de una resistencia espiritual profundamente arraigada en la tierra y la comunidad. Este patrimonio es la columna vertebral que puede sostener una comunidad resiliente y unida.

El momento significativo:

Profundizar la caridad hasta convertirla en justicia y comunidad. Transformar la ayuda puntual en proyectos sostenibles de desarrollo comunitario -comedores solidarios, talleres de oficios, grupos de apoyo- donde los mismos destinatarios sean partícipes y se fortalezcan los lazos vecinales todo el año.

Reconocer y celebrar el patrimonio cultural y religioso local como fundamento de esa comunidad. La parroquia está llamada a ser el custodio que facilita que esta cultura viva y se renueve, integrando a los jóvenes y dando espacio a estos cantos y tradiciones en la liturgia y la vida comunitaria, no como un adorno, sino como el corazón palpitante de tierra.

La conmemoración de los 115 años y la recepción de la reliquia no son un punto final, sino un punto de partida. El mayor homenaje que La Cruz puede hacer es demostrar, con hechos, que el legado de Hurtado está más vivo que nunca. Que la parroquia sea, de verdad, casa de todos y taller de esperanza activa, donde el culto a Dios y el servicio al hermano, alimentados por la savia de nuestro patrimonio, sean una misma e inseparable acción, todos los días del año.



La Reliquia y la Memoria que no se Guarda

La recepción de la reliquia de San Alberto Hurtado, preservada con todos los protocolos eclesiales, nos obliga a mirar una paradoja profunda de nuestra realidad campesina: mientras cuidamos con celo un objeto sagrado, ¿Qué hacemos con nuestro patrimonio humano vivo?

En el campo, no guardamos en urnas a nuestros grandes profesores de la vida. No encapsulamos las sabidurías del huerto, de la floricultura, del rezo a la distancia o de la composición de una paya. No preservamos con protocolos la memoria de quienes, con sus manos callosas, la cara quemada por los años al sol y sus pocos dientes, nos enseñaron a leer la tierra y a sobrevivir con dignidad frente al abandono. Su legado, infinitamente más frágil que un relicario, se pierde silenciosamente en el olvido, arrastrado por el mismo viento que se lleva a los jóvenes a la ciudad.

Este contraste es crítico. ¿De qué sirve venerar la reliquia de un santo de los pobres si dejamos que se marchite la herencia vital de los pobres de nuestro propio territorio? La Iglesia, al custodiar esta reliquia, adquiere una responsabilidad aún mayor: la de convertirse en archivo vivo y activo de esa memoria que el mundo descarta. Debe ser la que grabe las historias, la que enseñe los cantos a las nuevas generaciones, la que reconozca en las fiestas como la de la Virgen de Pocochay no una curiosidad turística, sino un acto de resistencia cultural y teológica.

Honrar a Hurtado es, entonces, hacerse cargo de esta contradicción. Es trabajar para que la parroquia no sea solo el lugar que guarda un resto sagrado, sino el lugar que impide que cualquier otro resto de dignidad, cultura o memoria se pierda. El verdadero milagro que debemos buscar no es que la reliquia permanezca intacta, sino que la sabiduría de nuestros ancianos y la identidad de nuestro pueblo resuciten cada día en la lucha por un futuro donde nadie sea desechable, ni su memoria, ni su cultura, ni su vida.

Esa será la señal de que el espíritu de uno de los tantos "padres de los pobres", y de otros tantos "curas obreros": Una chispa para la liberación.



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